Siempre me gustó el cine. Aprendo de él y lo disfruto mucho, pero admito que siempre fui del tipo de persona que veía cine de sábado a la tarde. Aventura, fantasía, romance y policiales siempre fueron los géneros que más me gustaron, pero de un tiempo a esta parte me he dedicado a las películas consideradas clásicas o de culto. Por fortuna, tengo un amigo, un verdadero cinéfilo, que cada tanto me manda a ver tal o cual película y como confío en su criterio, las miro y luego le cuento qué tal me pareció.
Así fue como llegué a Trainspotting. Hacía varios meses, tal vez por la cercanía a su secuela, que me insistía en que la viese y hace unos días, sin mucho que hacer y sin ganas de hacer algo realmente productivo, la vi. Y menos mal que la vi. Trainspotting es una joya del cine. Probablemente esta opinión, porque no quiero llamarla reseña, llegue con dos décadas de atraso, pero poco me importa.
Empecemos por el principio. Trainspotting es un libro escrito por Irvine Welsh y llevado al cine por Danny Boyle en 1996. La película nos ubica en un barrio marginal de Edimburgo, donde Mark Renton, interpretado por el fantástico Ewan McGregor, y un grupo de amigos muy estrafalario se dedican a drogarse. Sí, esa es básicamente la premisa de la película, la cual empieza de una forma bastante peculiar. Renton dice, voz en off: “Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compacdiscs y abrelatas eléctricos. Elige la salud: colesterol bajo y seguros dentales, elige pagar hipotecas a interés fijo, elige un piso piloto, elige a tus amigos. Elige ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos un traje de marca en una amplia gama de putos tejidos. Elige el bricolage y pregúntate quien mierda eres los domingos por la mañana. Elige sentarte en el puto sofá a ver teleconcursos que embotan la mente y aplastan el espíritu mientras llenas tu boca de puta comida basura. Elige pudrirte de viejo cagándote y meándote encima, en un asilo miserable, siendo una carga para los niños egoístas y hechos polvo que has engendrado para reemplazarte. Elige tu futuro. Elige la vida. Pero, ¿por qué iba a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida. Yo elegí otra cosa, y las razones: No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?”.
Hay que reconocer que es un comienzo, cuanto menos, prometedor. Y les puedo asegurar que no decepciona en lo absoluto. Renton pasa sus días drogado junto a sus amigos. Esa es su vida. Vive para drogarse, pero de pronto se da cuenta que odia a sus amigos, que odia esa vida y hace todo lo posible para salir de eso. De hecho, tiene ya orquestado un plan de desintoxicación, lo que nos deja saber que ya pasó por eso antes. Sin embargo, demasiado pronto la vida lo devuelve a la heroína. Y es aquí cuando realmente comienza la historia.
Los personajes comienzan a tomar dimensión y comenzamos a conocerlos. Sick Boy, interpretado por Jonny Lee Miller, es un visionario del negocio de las drogas y, básicamente, un egocéntrico; Spud, interpretado por Ewen Bremner, es el alma noble que está absolutamente hundida en la droga; Tommy el deportista, interpretado por Kevin McKidd, es el único amigo que no se droga y mantiene su vida sana; y, por último, tenemos a Francis Begbie, el que siempre busca pelea respaldándose en una navaja que lleva consigo a todos lados, es interpretado por Robert Carlyle. No podemos negar que es un grupo de lo más variopinto.
Quiero dejar la trama por acá. Sí, sé que no hubo mucha información al respecto, pero creo que lo tendrán que descubrir ustedes mismos. Les prometo que no se van a arrepentir; confíen en mí como yo confié en mi amigo.
Creo que una de las cosas que hace la película tan buena es la colaboración entre Welsh, el escritor del libro, y Boyle, el director. Welsh ayudó en la adaptación y creo que eso se refleja bastante, sobre todo porque el guión es sólido, narrando una historia fuerte y directa. Por otro lado, el punto más fuerte de la película son los personajes y creo que lo que los hace peculiares es que no quieren caer bien, no es la función que tienen. De hecho, es más probable que les parezcan todos unos idiotas, porque los son, y ahí está el atractivo: son personas reales viviendo una realidad de mierda que se refleja de manera cruda y sin filtros. Me gusta mucho que no haya personajes buenos; son todos grises y eso es, por lo menos, refrescante. En este sentido, las actuaciones son brillantes. Ninguno de ellos se guarda nada y traspasa la pantalla la dedicación y las horas de trabajo invertidas. Por supuesto, solo por ser el protagonista, Ewan McGregor resalta y doy gracias a eso. Si bien lo había visto en un par de películas, siempre era el otro tipo, nunca le había prestado atención, siempre había espadas láser en el medio, tsunamis u otros elementos que distraían, pero en esta película… es palpable, notorio. Y brillante.
Sin embargo, lo que la hace única es la vigencia que tiene. Es una película de 1996, pero tranquilamente podría ser una del 2017. Sin problemas. Las drogas, el sexo, el amor y las responsabilidades que vienen con crecer son tópicos que, por supuesto, se mantienen con el tiempo. Es tan válida y tiene tanto sentido verla ahora como en el momento de su estreno.
Y llegado a este punto, me gustaría detenerme en la forma en la que se trata el tema de la droga. No lo voy a negar, como dije, es crudo y gráfico y tan irreverente que resulta gracioso, pero no lo es. Hay varias escenas tragicómicas que tienen lugar por los efectos o las consecuencias de las drogas que no tienen desperdicio, en tanto tocan el tema de manera verdadera y sin medias tintas. Lo interesante es ver cómo las drogas, de una forma u otra, los terminan afectando.
Ese mundo de las drogas en el que los protagonistas están hundidos se ve reforzado por la fotografía. Sí, creo que a todos nos ha costado entender qué carajo es la fotografía de una película y a mí me llevó cerca de 24 años hacerlo, pero finalmente lo entendí. Punto para mí por eso. En este caso, la forma en la que se grabó, la paleta de colores usados, incluso el vestuario contribuye a crear un ambiente de soledad, locura y marginalidad que viene perfecto con la trama.
Por otra parte, quedé impresionada por los efectos especiales. Sí, es cierto, es 1996, no existía el CGI y no se podían hacer las cosas fabulosas que se pueden hacer ahora, pero estoy bastante segura que para la época es bastante bueno, aunque no me podría aventurar al cien por cien. Las escenas en las que los personajes alucinan en sus “viajes” son toscas, torpes y burdas, fundamentalmente porque la tecnología no había llegado, pero son bastante aceptables y traslucen de manera perfecta el efecto deseado.
A pesar de que en su momento fue una película bastante controversial, pues se creía que hacía apología de la droga, no podemos negar que Trainspotting es una película de culto. Si bien creo que es brillante por lo que transmite y la forma en la que lo hace, debo confesar que no creo que sea para todo el mundo: es cruda, dolorosa y muy real y me consta que no todo el mundo quiere ver algo así.
Lo mejor de todo, sin embargo, es que apurando un paralelismo, en el momento de la vida que se encuentran los protagonistas, es decir de transición a la madurez, todos tuvimos una adicción. ¿Cuántos de nosotros nos refugiamos en los libros, asustados por crecer? ¿Cuántos de nosotros nos refugiamos en las películas, las series o los videojuegos, asustados por crecer? ¿Cuántos de nosotros nos refugiamos en otro tipo de adicción más peligrosa? Con un poco de cabeza, Trainspotting podría ser la vida de cualquiera de nosotros que se deja llevar por el miedo, no solo a crecer, sino a las responsabilidades que conlleva y, en general, a la vida misma y creo que eso es justamente lo que la hace brillante y tan vigente.