Uno piensa que sabe de feminismo y entonces lee este libro y se da cuenta que no. bell hooks llega para patear el tablero, estallarme la cabeza y hacerme saber que el feminismo tiene cantidad de aristas que desconocía. Primero que nada, déjenme decirles que esta es una reseña que viene con cierto atraso. Feminismo para todo el mundo era el libro feminista del mes de setiembre de la Lecturas Conjunta Pongámonos las Gafas Violetas, una iniciativa que tiene la Comunidad BBB de Uruguay. Si quieren saber cuáles son los libros de los meses siguientes pueden hacerlo aquí. Si gustan leer las reseñas de los libros previos, pueden leer aquí el primero, de Caitlin Moran, y aquí el segundo, de Nuria Varela.
Para empezar, bell hooks me sorprendió desde el primero momento y estoy segura que los sorprenderá también a ustedes. ¿No hay algo en su nombre que les llame la atención? Exacto, la falta de mayúscula y aunque pueden pensar que soy media burra y que las omití, le pasa a los mejores, lo cierto es que así se presenta la autora. bell hook es un alias construido combinando los nombres y apellidos de su madre y de su abuela, en un acto de reconocimiento a la ancestralidad que la define y si lo escribe con minúscula es porque cuestiona el canon gramatical hegemónico. Lo importante son las ideas, no quién las escribe ni cómo está escrito su nombre. De nuevas a primeras, estaba intrigada.
Quien tiene un poco de conocimiento de Ciencias Sociales sabe que el bagaje del autor e incluso su propia vida y el tiempo en el que la vivió, condiciona su trabajo intelectual. Hay mucho de la vida de bell hooks en El feminismo es para todo el mundo. En primer lugar, nació en 1952 en Kentucky, Estados Unidos y aunque parezca violento mencionarlo, bell hooks es una mujer negra, una mujer negra en Estados Unidos en la década del 50. Con media docena de hermanos, un padre con un sueldo ajustado, una madre ama de casa y una experiencia algo complicada en un liceo plagado de blancos, tras el paso en una escuela segregada, la hizo llegar a la universidad entendiendo que sufría una triple explotación: de género, por ser mujer, de raza, por ser negra y de clase, por ser pobre.
El feminismo es para todo el mundo, libro publicado por la autora en el año 2000, da cuenta de ese descubrimiento, de años de estudio feminista y de reflexiones de una activista del feminismo negro. En primer lugar, debo mencionar que me costó leer este libro, y por eso esta reseña viene tan atrasada. No es un libro que se lea en el bondi sin grandes problemas ni que pueda manotear en un tiempito libre, puesto que requiere concentración y lectura atenta, sobre todo porque, a diferencia de los libros anteriores que hemos leído, esto es teoría feminista de verdad y tiene su dificultad conceptual. En mi opinión, nada desmedido. Ojo, se entiende sin problemas siempre y cuando se lea con atención y uno esté acostumbrado a leer Ciencias Sociales. De ningún modo siento que este sea un buen libro para una primera aproximación al feminismo, así que les recomiendo que previamente hayan tenido otras lecturas más sencillas y que den un recuento histórico del feminismo como para entender las diferentes críticas que hace la autora.
Porque sí, si algo hace bell hooks es criticar ferozmente. En primer lugar, critica el sexismo heterosexual supremacista blanco, es decir, el sistema en el que vivimos, que trata como ciudadanos de segunda a las mujeres, los homosexuales y los negros. Sin embargo, también critica el feminismo con sesgo de clase y de raza y es muy dura con él. Históricamente hablando, el feminismo se gestó como un movimiento burgués es sus orígenes y se tardó mucho en reconocer que el movimiento estaba reproduciendo la estructura de clases capitalista, donde muchas mujeres burguesas buscaban la igualdad con los hombres burgueses, lo que terminaba significando que explotaban a las mujeres de clases trabajadora.
La autora critica, y se hace eco del libro de Betty Friedan, La mísitca de la femineidad, que las problemáticas de las mujeres trabajadoras no son las mismas. Aquellas mujeres burguesas que acarrean «el problema sin nombre», tal y como mencionaba Friedan, en realidad estaban insatisfechas porque estaban encerradas en sus hogares y relegadas a un rol doméstico. Sin embargo, para cuando Friedan escribía eso, y también cuando hooks lo hace, hay una cantidad de mujeres trabajadoras, que ingresaron hace tiempo al mercado laboral, sufren una doble explotación: en el trabajo y en la casa.
Cuando más «libre» se convierte la mujer burguesa, ligado al empleo y la libertad de expresión, más explotadora de sus congéneres más pobres se vuelve. Eso sucede porque, en realidad explica hooks, la mujer burguesa quiere, como mencionaba antes, parecerse al hombre burgués y eso tiene lugar porque muchas mujeres no se cuestionan, no reconocer su sexismo interiorizado. Es aquí cuando menciona que una mujer sexista no es aliada, mientras que un hombre que se ha cuestionado y despojado de sus privilegios sí lo es. Me pregunto cómo un hombre se despoja de sus privilegios en una sociedad que, por definición, lo privilegia desde el momento en que nace varón, pero la autora no lo responde.
Además de tener un sesgo de clase, la autora reconoce que, muchas veces, el feminismo actual es académico. El feminismo se volvió una suerte de secta privilegiada para las mujeres con estudios universitarios y hooks lo critica fuertemente, porque separa la teoría de la mujer de a pie, que no llega a tener acceso a la teoría, por lo que hace imperativo la difusión máxima de la teoría feminista para llegar a todos lados, sobre todo en un momento en que el feminismo es tan atacado por el patriarcado. Los saberes feministas son para todo el mundo, menciona.
Así como critica el clasismo del movimiento, reconoce que también es profundamente racista. Critica especialmente que el feminismo blanco, que aprendió de la lucha de la población afroamericana por los derechos civiles, no integró en el movimiento la lucha antirracista. De hecho, se negaron a analizar el impacto que tenía la raza al color el género como centro de análisis. De este modo, sin medias tintas, la autora cuestiona la sororidad que muchas mujeres feministas blancas se enarbolas, sobre todo cuando desconocen la opresión de sus compañeras negras y, normalmente, más pobres.
En ese apartado, hubo unas cuantas líneas que disfruté mucho y que, de cierta forma, tiene que ver con la entrada de feminismo islámico, que pueden leer aquí, y es el colonialismo del movimiento. Las mujeres feministas blancas y burguesas de Estados Unidos, se sintieron, y se sienten, mucho más libres y liberadas que las mujeres del mundo subdesarrollado, por lo que se sienten dirigentes del movimiento global y, además, se sienten mejores. Se sienten mejores sin saber si hay organizaciones de mujeres en el Tercer Mundo y no saben atacar los problemas de las mujeres en el resto del mundo, como la ablación del clítoris en la África Subsahariana, por ejemplo.
Me pareció igual de interesante que opte por llamarla «violencia patriarcal» antes que «violencia doméstica», porque la liga al sexismo y a la dominación masculina y porque además esta violencia no incluye solo a mujeres sino también a niños y niñas. A su vez, menciona que varias madres ejercen violencia patriarcal sobre sus hijos, lo que les enseña que el control y la adultez viene de la mano del castigo físico, lo cual es un error. Habla, además, de la necesidad de que existan libros infantiles sin estereotipos de género, lo que sería francamente refrescante.
Tengo dos peros respecto a este libro. El capítulo sobre la belleza, sus cánones y la presión que las mujeres tenemos por alcanzarla, siendo sincera, me cansó porque ya lo he leído y aunque a hooks se la lee más enojada al respecto, no es ninguna novedad lo que plantea. Ahora, el capítulo «masculinidad feminista»… Me genera sentimientos encontrados. La autora hace mucho énfasis a lo largo del libro en la necesidad de que los hombres se integren al movimiento, a la vez que dice estar preocupada de que se perciba el feminismo como antihombres. En primer lugar, me tiene sin cuidado quien lo piense así, sobre todo porque demuestra una ignorancia brutal, pero también porque no creo que sean los hombres los que tengan que pelear mis luchas. Saberse privilegiados está bien, deconstruirse está bien, pero el feminismo es una lucha por y para mujeres y, en mi opinión, los hombres deberían hacerse a un costado.
Redondeando esta reseña, probablemente lo que más me gustó fue cómo diferencia el feminismo reformista del feminismo radical. El feminismo reformista, menciona, es, ni más ni menos, ponerle parches al sistema que oprime. Es de hecho, el tipo de feminismo de mujeres burguesa que busca tener igualdad con los hombres de su misma clase, beneficiándose de la explotación de otros, en este caso mujeres negras o pobres. El reformismo radical, por otro lado, ataca directamente y procura sacar de raíz el sexismo, y no sé qué les sucede a ustedes, pero a mi me cuesta no estar de acuerdo. El sexismo debe desaparecer. El patriarcado debe caer.
En definitiva, un libro de diecinueve capítulos cortos pero cargados de mucha teoría. Un libro que busca cuestionar el movimiento y que invita al lector a cuestionarse a sí mismo. Un libro que invita a la reflexión. Un libro feminista muy recomendable para quienes quieran poner en cuestión el movimiento feminista actual. Me estalló la cabeza leer a esta autora y los/las invito a hacerlo también. Un libro de cinco estrellas para mí.
Aaaaah!! Yo lo amé. De los que hemos leído hasta el momento, este ha sido mi favorito. Si odié a Moran por mostrarme problemas con los cuales no me sentía identificaba y me hacía sentir muy ajena a esos problemas de la clase media europea, amé a bell hooks porque sentí que por primera vez estaba leyendo un libro sobre feminismo con el que estaba de acuerdo, y con el cual podía decir «yo me he sentido así».
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