Leonora Carrington y el surrealismo

¿Creen que puedan hacerme un favor? Cierren un momento los ojos y piensen cuantas pintoras, artistas mujeres conocen. Tómense un momento. ¿Cuántas fueron? ¿Dos, tres? No les voy a mentir, en mi caso no se me ocurrieron más de cuatro o cinco y me sentí mal por ello. En realidad, primero me sentí mal por no conocerlas y, casi de inmediato, me sentí enojada. Por eso en esta edición de #Mujeres2019, una iniciativa creada por Laura del blog Palabritas Ajenas y de la que pueden informarse aquí, creo pertinente hablar de pintoras.

Hoy es el turno de Leonora Carrington. Nacida en abril de 1917 en Iglaterra, fue una de las artistas más prominentes del movimiento surrealista. Al parecer fue una niña muy curiosa y con un mucho mundo interior lleno de gnomos, duendes, gigantes y fantasmas, producto de su educación irlandesa y del contecto con la mitología celta. A temprana edad empezó a tener visiones y experiencias con fantasmas, lo que le valió la expulsión del Convento del Santo Sepulcro. Tras la expulsión fue enviada a una escuela de jovencitas, juro que estoy rechinando los dientes, en Florencia, donde tuvo contacto directo con los museos florentinos y el arte que inunda la ciudad. Luego fue enviada a París, a una escuela privada de modales para señoritas, juro que estoy rechinando los dientes, y termina finalmente viviendo en la casa de un profesor de arte, apellidado Simon, que le enseñó a dibujar.

En 1936 ingresó en la academia Ozenfant de arte en la ciudad de Londres y fue al año siguiente que, al conocer el pintor alemán Max Ernst, se integró al movimiento surrealista. Convivió en el París de los años 30 con artistas de la talla de Salvador Dalí, Joan Miró, Pablo Picasso y Luis Buñuel. De hecho, los surrealistas la recibieron como una de sus principales musas y aclamaron su talento, alentándola a desarrollar su obra. Sin

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Leonora Carrington y Max Ernst.

embargo, la propia Leonora no se consideraba una musa. Dice al respecto: “Nunca me consideré una “femme-enfant” como André Breton quería ver a las mujeres. Ni siquiera que me tuvieran por una, ni traté de cambiar al resto, sencillamente aterricé en el Surrealismo; nunca pregunté si tenía derecho a entrar.” Leonora se oponía al machismo al interior del movimiento de artistas varones, que preferían a las mujeres como musas o fuentes de inspiración, que como compañeras de vanguardia. “Enfrentábamos nuestra situación de mujeres con mucho cabrón trabajo […] sobre todo el trabajo de no mentirse a una misma para tener un poco de más paz”.

Hacia el final de su vida retomó este tema y dijo: «Aunque me gustaban las ideas de los surrealistas, André Bretón y los hombres del grupo eran muy machistas. Solo nos querían a nosotras como musas alocadas y sensuales para divertirlos, para atenderlos». 

Es en 1937 cuando pinta la obra por la que se la conocerá. La posada del caballo del Alba es un autorretrato en el cual se la ve sentada en medio de una habitación casi vacía, 1300497136_740215_0000000000_noticia_normalvestida con unos pantalones de montar y unos botines victorianos de tacón. Todos los elementos que la rodean reflejan su ansia de libertad y lo que le estaba ocurriendo en ese momento. Detrás de la artista, vemos a un caballo-balancín que vuela hacia la ventana. Está intentando escapar del claustrofóbico ambiente doméstico para poder correr libre por el campo. Este caballo de juguete, que no tiene crines, es la propia Leonora Carrington huyendo de sus padres: sus crines son la melena desbocada de la artista, agitada por el viento en pleno galope.

¿Y esa hiena de ojos humanos? Otro alter ego de Carrington, la protagonista de un relato titulado La debutante que escribió también por aquel entonces. En esta historia, una chica de buena familia se hace amiga de una hiena del zoológico que se ofrece a suplantarla en un baile que han organizado sus padres para presentarla en sociedad, y al que la joven no quiere ir. La hiena se viste con sus ropas, se pone sus tacones, se come a la criada, se comporta muy mal en la fiesta y acaba escapándose también por una ventana. Es la parte salvaje de Carrington, la que se rebela contra el orden establecido, fíjense que las dos están levantando la mano y la pata de la misma forma. La figura de Leonora está plana como una tabla, mientras que la hiena tiene pechos humanos, símbolo de su sexualidad, que habría tenido que reprimir si se hubiese quedado en casa, sentada en la butaca que habían preparado sus padres para ella.

En 1938 escribió una obra de cuentos titulada La casa del miedo  y participó junto con otros surrealistas en la Exposición Internacional del Surrealismo en París y Ámsterdam, Revista-Siempre.jpgn la que participó Duchamp, Dalí, Merey Oppenheim y el propio Ernst. La exposición le ofreció al público una excelente muestra de lo que el realismo había producido hasta entonces.

Fue un periodo muy bueno para Leonora, quien pronto se escapa al sur de Francia con Ernst. Él le enseña técnicas como el frottage, que consiste en colocar un papel sobre un objeto, frotarlo con un lápiz, y así transferir la textura del objeto al papel. Ese romance apasionado y para muchos también prohibido, porque Ernst le sacaba casi treinta años, se vio interrumpido por el avance de la Segunda Guerra Mundial, puesto que él fue arrestado por el régimen de Vichy por participar en un grupo de intelectuales antifascistas.

Sola y sobrepasada, viajó a España buscando conseguir un salvoconducto para Ernst en Madrid. Las gestiones de Carrington no obtuvieron resultados y en 1940, mientras intentaba dejar España, su padre coordinó con el cónsul británico en Madrid su internamiento en un centro psiquiátrico de Santander. La artista contó sus experiencias en un libro catártico titulado Memorias de abajo: «No sé cuánto tiempo permanecí atada y desnuda. Yací varios días y noches sobre mis propios excrementos, orina y sudor, torturada por los mosquitos, cuyas picaduras me pusieron un cuerpo horrible; creí que eran los espíritus de todos los españoles aplastados, que me echaban en cara mi internamiento, mi falta de inteligencia y mi sumisión».

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Adieu Ammenotep (1960)

La estancia de pesadilla en el sanatorio de Morales permaneció en la memoria de la artista como ese «otro lado» del que, según Bretón, Carrington había traído las imágenes que plasmó en sus pinturas. En Memorias de abajo habló de abusos sexuales, condiciones insalubres y drogas alucinógenas. En 1993, en una tribuna en El País, el doctor Morales justificaba el tratamiento de Carrington en su sanatorio. «En 1941 Leonora era una paciente de un fácil diagnóstico de psicosis de Kleist o marginal; mas esta enfermedad podía ser sintomática, como protesta de su arte surrealista». Casi sesenta años después de tratarla el doctor seguía achacando la «enfermedad» de Carrington a «la ansiedad con la que defendía su surrealismo«, lo que es, como poco, absurdo.

La «sociedad de entonces» que juzgó enferma a Leonora Carrington, encontraba perturbadora la rebeldía de una mujer que no concordaba con los roles que se le habían reservado. En la Europa de 1940 una mujer independiente capaz de destacar en una disciplina, el arte, reservada a los hombres, era una anomalía que necesitaba ser reintegrada. Y aunque parece que hemos avanzado mucho desde entonces, hay muchas mujeres en la actualidad a las que no se las trata como anomalías pero se las ataca desde otros frentes, como es su sexualidad, para desprestigiarlas y quitarle mérito a su trabajo.

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La hoguera de Giordano Bruno (1964)

Camino a Lisboa, donde su padre pretendía embarcarla a Sudáfrica y a una nueva clínica, Leonora consiguió escapar de su enfermera y refugiarse en la embajada mexicana donde Renato Leduc, poeta y diplomático, accedió a casarse con ella, con la mediación de Picasso, para que pudiera escapar de la guerra Europea y de la influencia de su padre.

En México se casó con el artista húngaro Chiki Weisz, tras divorciarse de Leduc, con el que tuvo dos hijos y frecuentó la compañía de exiliados españoles y de artistas e intelectuales mexicanos. Desde su llegada a México en 1943, Leonora Carrington se enamoró profundamente de su cultura y de su gente, sentimiento que fue recíproco. Su primera exhibición individual en 1950 fue aclamada por la crítica y por el público. Leonora fusionó sus ideas sobre la alquimia con la posición de la mujer en el mundo, y con las tradiciones espirituales y culturales del país. Ella misma se consideraba mexicana.

Ofició como mentora, tanto artística, como espiritualmente para muchos reconocidos artistas extranjeros y de también de México, incluyendo a Alejandro Jodorowsky, Remedios Varo, Chiki Weiz (su esposo) entre muchos más. La artista recibió múltiples reconocimientos por su obra la cual exhibió en numerosas exposiciones. A lo largo de su

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Cocodrilo en la Ciudad de México

vida, Carrington incursionó en la pintura, la escultura, el interiorismo, la cerámica, el diseño textil, el diseño escenográfico y el diseño de joyería.

En los ochenta Leonora comenzó a fundir esculturas en bronce, sus temas se refieren a dsc02357.jpglas múltiples realidades que confronta la realidad de la vejez.​ Por otra parte, tuvo un genuino interés por la alquimia y los cuentos de hadas con los que creció, interés que se percibe en su obra pictórica y escultórica.

Salvo un breve periodo de tiempo en los años 60 durante el que se trasladó a Nueva York -el grupo de los surrealistas había vuelto a reunirse para descubrir que habían envejecido mientras el mundo, acabada la guerra, volvía a ser joven- Carrington vivió el resto de su vida en el país azteca, donde murió el 25 de mayo de 2011 a los 94 años.

 

 

 

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