¿Creen que puedan hacerme un favor? Cierren un momento los ojos y piensen cuantas pintoras, artistas mujeres conocen. Tómense un momento. ¿Cuántas fueron? ¿Dos, tres? No les voy a mentir, en mi caso no se me ocurrieron más de cuatro o cinco y me sentí mal por ello. En realidad, primero me sentí mal por no conocerlas y, casi de inmediato, me sentí enojada. Por eso en esta edición de #Mujeres2019, una iniciativa creada por Laura del blog Palabritas Ajenas y de la que pueden informarse aquí, creo pertinente hablar de pintoras.
Hoy es el turno de Käthe Kollwitz. Nació en julio de 1867 en Konigsberg, la antigua capital de Prusia, previo a la unificación alemana. Hija de un socialdemócrata y de una mujer criada por un pastor luterano, tuvo una formación profundamente religiosa orientada a la caridad hacia los más necesitados. La muerte temprana de sus hermanos le provocó ataques de ansiedad y se cree que sufría de Síndrome de Alicia en el País de las Maravillas o micropsia, un trastorno neurológico que afecta la persepción visual. Muchos toman su enfermedad para justiciar o como mucho explicar el dolor, la crueldad y la miseria que mostraban sus obras. Sin embargo, ese dolor y esa crueldad no son más que un reflejo de una realidad mezquina e infame, pero ya volveré a eso.
Su primer maestro pintor fue Patsi Gustav Naujok, pero durante 1885 y 1886 estudia en Berlín bajo el ala de Karl Stauffer. Un par de años después, en 1888 viaja a Múnich, donde trata con artistas como el músico Max Fiedler y el pintor Otto Greiner, pero también conoce la literatura naturalista de Émile Zola, un hombre que describe a la perfección la realidad de la Revolución Industrial, y de Gerhart Hauptmann, cuya obra impregnará su propio arte. Fue contemporánea al surgimiento de la Bauhaus, una escuela de artes de mucho prestigio, así que el arte se respiraba en el ambiente.
En 1891 se casó con Karl Kollwitz, se mudaron a Berlín, y vivieron en uno de los barrios más pobres y proletarios. Karl era un médico y militante socialista. Sin duda la realidad que los circundaba tuvo una gran influencia en la obra de Kathe, que vivió de cerca las paupérrimas condiciones de vida de los trabajadores y el activismo político. Al poco tiempo nació su primer hijo, Hans, y en 1896 nació su segundo hijo, Peter.
Käthe Kollwitz estaba muy dotada para el dibujo, y su aprendizaje académico se orientó hacia la pintura, escogió como medio para expresarse el grabado. Su primera gran serie de grabados fue «La rebelión de los tejedores» (1893-97). Le siguieron «El levantamiento» (1899) y el «Baile de la guillotina» (1901), que la consagran ante el público. Entre 1902 y

Grabado
1908, realiza otra gran serie, «Guerra de los campesinos». La elección del grabado surge tras entender que se adecuaba a sus convicciones: en primer lugar, que el arte debe expresar ideas y hacerlo de tal forma que no distraiga la atención; en segundo lugar, que debe tratar temas que afecten a todo el mundo y en un lenguaje que sea familiar a la gente, además de por un medio accesible económicamente. Está claro que la obra seriada, el grabado, cumple estos requisitos.
Sus dos primeros ciclos se basan en textos: ella no idea el tema sino que lo ilustra, aunque nunca ciñéndose al texto original. El primero, Una revuelta de tejedores, lo ejecutó entre 1893 y 1898. Se basa en la obra dramática de Gerhart Hauptmann Los tejedores, a cuyo estreno asistió en febrero de 1893. La obra, que fue temporalmente prohibida por las autoridades por subversiva, trata sobre la sublevación de los tejedores manuales de Silesia en 1844. Esta obra le valió la fama de defensora de los trabajadores y la incorporó a las filas de quienes creían que el arte debía ser comprometido, frente a quienes defendían el arte por el arte. En este ciclo combina naturalismo y simbolismo y su forma de proceder es académica: bocetos de cada figura, agrupación en una

composición y reelaboración sobre la plancha. Su minuciosidad la lleva, además, a realizar muchas pruebas.
El éxito que tuvo entre el público y la crítica al exponer por primera vea Una revuelta de tejedores la catapultó a la fama. Sin embargo, los ministros del Káiser impidieron que se le concediese la medalla del Salón de Berlín; tampoco a Hauptmann le gustó el ciclo, puesto que consideró que la artista había desvirtuado su historia y su intención. En efecto, así es: Käthe Kollwitz no habla de una revuelta concreta sino de la intolerable situación de la clase obrera y de sus formas de protesta.
“Mi trabajo no es arte puro. No obstante es arte… Quiero que tenga un impacto en esta época, cuando la gente está desesperada y en necesidad de ayuda”.
En 1898 formó parte de la Secesión de Berlín, una asociación artística fundada junto a 65 artistas berlineses como alternativa a la Asociación de Artistas de Berlín, que era de carácter estatal con un marcado orientación conservadora.
Al estallar la Primera Guerra Mundial, su hijo Peter fue llamado a filas y falleció el mismo octubre de 1914, en combate. Esta tragedia y sus convicciones políticas la llevaron a manifestarse públicamente contra la guerra. Su tercera serie de grabados La guerra

(1923), grabada en madera, la artista se dedica a ilustrar la retaguardia que queda en la ciudad, las mujeres que mantienen el fuerte. Eran las madres quienes se encargaban de suministrar la comida, el cariño y el cuidado a sobrevivientes de la guerra, a hijas e hijos, además de ser ellas también quienes aparecen como principal personaje en toda la obra de la artista para comunicar y transmitir el horror del hambre, tragedia y muerte. Son la población vulnerable que quedó atrás.
Comprometida y solidarizada por esta causa, probablemente por la périda de su hijo pero también por su consciencia de clase, realizó numerosos carteles antiguerra como abanderada pacifista: su cartel “¡Nunca más guerra!” de 1924, lo realizó para la

Conferencia de la Juventud Federal de Alemania, del Movimiento Socialista de los Trabajadores
Cuando la República de Weimar concedía el voto a la mujer en 1919, ella era la primera mujer admitida en la Akademie der Künste berlinesa. Sin embargo, fue obligada a renunciar su posición académica con el advenimiento del nazismo en 1933. Había firmado el documento Dringenden Appell (llamado de atención) alertando sobre el peligro de la posible ascensión de Adolf Hitler, documento firmado, por ejemplo, por Einstein. Su obra fue retirada de los museos y prohibida toda exhibición.
No solo su activismo se expresaba en sus obras, sino que se comprometió con causas sociales y el movimiento por la paz, con la solidaridad en Rusia. En su diario se describe como “asociada a la clase obrera” y “con claras querencias hacia los partidos de izquierda”, en octubre de 1920.
«A veces mis padres me decían: Con todo, hay cosas agradables en la vida. ¿Por qué muestras tan solo el lado oscuro? A esto, nada podía contestar. Sencillamente no me interesaba. Pero quiero insistir nuevamente en lo siguiente: al principio prácticamente no fueron ni la piedad, ni la compasión las que me movían a representar la vida proletaria; simplemente, ésta me parecía bella. Como dijo Zola o algún otro: le beau c’est le laid [lo bello es lo feo]».
Durante esa época ve la luz su última serie de grabados La muerte, donde se nota con

claridad su viraje hacia el expresionismo y la influencia de Edvard Munch. Es innegable la relación entre esta serie y el ascenso del nazismo, casi como si estuviera presagiando la muerte en el régimen liderado por Hitler. Irónicamente, el nazismo utilizó una de sus obras más conocidas, “Madre e hijo”, para hacer propaganda fascista.
En 1936 la Gestapo la arrestó a ella y su esposo con la intención de enviarlos a un campo de concentración. Ambos decidieron suicidarse pero debido a su fama y edad se le permitió abandonar Berlín. Su esposo murió en 1940 y su casa berlinesa fue arrasada perdiéndose dibujos y documentos. Kathe se refugió como huésped del Príncipe Ernesto Enrique de Sajonia en el Castillo de Moritzburg y murió días antes del final de la Segunda Guerra Mundial.
Salta a la vista que Käthe Kollwitz plasmó con su arte el lado más amargo de la vida. Se caracterizó por su profunda crítica social. Reflejó la injusticia, la miseria y la explotación en los barrios más pobres y marginados de Berlín pariendo un realismo crítico en sus obras y luego, sobre todo, el drama vivido por millones de europeos durante las dos grandes guerras, virando más hacia el expresionismo.