La lectura como acción política

Tal vez sea por mi formación profesional o tal vez sea por el modo en que soy  pero lo cierto es que tiendo a pensar que la política se oculta en los recodos cotidianos más comunes y, en ese sentido, la literatura no está exenta.

Tal vez lo primero que deberíamos delimitar es la política como concepto, porque a menudo se asocia con mucha fuerza a la política como algo estrictamente partidario y además de estar mal desde el punto de vista conceptual, también es caer en la simpleza y negar que la política está por encima de los partidos políticos.

Vayamos a lo más primitivo. Política como palabra tiene sus orígenes etimológicos en la polis griega, es decir la ciudad-Estado de la antigua Grecia, por lo que hace de la política los asuntos referidos a la polis, ni más ni menos. Según Aristóteles el ser humano era un animal político en tanto la política era una actividad inherente a la naturaleza humana. La vida política y formar parte de la polis eran una misma cosa.

Pero huelga decir que, como otros conceptos, la política es polisémica y aunque podría historizar el concepto, la clave, y lo que me gustaría destacar de todo este asunto, es que es incorrecto pensar que la política es ajena, que solo está en los que gobiernan y toman las decisiones y que la gente de a pie no tiene potestad para opinar. Muy por el contrario, la política es un ámbito más de lo propio y tiene relación directa y estrecha con nuestra libertad, pero también nos involucra en lo más hondo en tanto ciudadanos.

Reflexionar sobre la política, sino es una obligación, por lo menos es un derecho. Hay que involucrarse, participar, opinar, informarse. Es imperativo formar parte porque, en definitiva, la política hace a la sociedad y, en ese sentido, es imperativo participar en la forma en la que se moldea. Un espacio, un debate, un diálogo, un consenso, la política no le compete al Estado, es un espacio que se ha ampliando a medida que la sociedad se ha involucrado.

Desde el ágora para acá, la política necesitó un espacio, un lugar público donde la vida política tomara forma y, si quieren, hoy las redes sociales sustituyen en buena medida al ágora, pero también la política se habla en la sobremesa, en las charlas entre amigos, en las clases. Hacer política es participar de la vida en común y renegar de eso, pedir espacios asépticos, neutrales, objetivos es, y lo siento mucho, una idiotez. De la misma forma que la educación no puede ser neutral ni objetiva, la política no puede serlo porque en ella, tanto en la educación como en la política, no solo se decide el destino de todos sino porque detrás hay ideas, pensamientos, tendencias, Derechos Humanos que, decididamente, no pueden ser neutrales. No hay lugar para los tibios.

Y después de toda esa introducción, bien me podrían decir: maravilloso, ¿pero cómo entra la lectura en todo esto? Porque la literatura no es ajena a la sociedad y, como tal, participa muy activamente de la vida política. Pienso en generaciones enteras de escritores y escritoras que le pusieron el cuerpo a sus tiempos históricos y escribieron, ficcionando o no, sobre lo que pensaban. Galeano, Benedetti, Idea Vilariño, Delmira Agustini, hasta Angela Davies, Chimamanda Ngozi Adichie, Angie Thomas o incluso Bradbury, Orwell o Margaret Atwood. Está plagado de escritores y escritoras involucrados en la vida política de sus tiempos. ¿Por qué desdeñamos de ellos? ¿De su postura? ¿Por qué queremos libros asépticos?

Quiero ser muy tajante con esto: cada uno es libre de leer lo que quiere, cómo y cuándo quiere. De hecho, me llena de emoción ver cómo la lectura se instala con mayor presencia en los jóvenes y avalo por completo el modo en que se está instalando la práctica. Leer está buenísimo y creo que, en menor o mayor medida, cada uno lee porque lo entretiene y le da placer, pero dejemos de tratar la lectura como una acción estéril porque sencillamente no lo es. Literatura y política están estrechamente relacionadas y pretender que se comporten como compartimentos estancos es, cuanto menos, tonto.

La lectura nos hace. Lo que leemos nos da forma, nos abre cabeza, nos permite conocer otras realidades, formar opiniones, tener un pensamiento crítico, trabajar la empatía, salir de nuestra pequeña zona de confort. Leer es arriesgarse, pero mucho más aún, leer es involucrarse. En este sentido, involucrarse es también meterse de lleno en política porque es humanamente imposible terminar de leer La flor púrpura sin cuestionarse sobre el racismo, el machismo, el colonialismo. Hay novelas atravesadas por la política. Y hay otras que no se arriesgan y no está mal, pero incluso eso es político porque no elegir es también elegir.

Lo que uno leer  y cómo lo lee es político. Es político elegir grandes multinacionales o editoriales independientes. Es político elegir librerías pequeñas. Es político quedarse con la superficialidad de la historia e incluso es político ir más allá. Es político sentir escalofríos al leer El cuento de la criada. Es político sentir enojo al leer El odio que das. Es político sentir rechazo al leer La alemana. Es político porque, sencillamente, son todos libros que están pensados desde la política y buscan generar en el lector un cambio.

Repito, no es momento de ser tibios. Si uno prefiere los libros que no se involucran con la política, está perfecto, nadie dice que esté mal porque, de nuevo, cada uno es libre de leer lo que guste, pero tratar de separar literatura y política, como si fueran conceptos paralelos, estancos y estériles no solo es profundamente errado y tonto sino es de ignorantes.


Una humanidad sin lecturas, no contaminada de literatura, se parecería mucho a una comunidad de tartamudos y de afásicos, aquejada de tremendos problemas de comunicación debido a lo vasto y rudimentario de su lenguaje. Esto vale también para los individuos, claro está. Una persona que no lee, o lee poco, o lee solo basura, puede hablar mucho pero dirá siempre pocas cosas, porque dispone de un repertorio mínimo y deficiente de vocablos para expresarse. No es una limitación sólo verbal; es, al mismo tiempo, una limitación intelectual y de horizonte imaginario, una indigencia de pensamiento y de conocimientos, porque las ideas, los conceptos mediante los cuales nos apropiamos de la realidad existente y de los secretos de nuestra condición, no existen disociados de las palabras a través de las cuales los reconoce y define la conciencia.

Vargas Llosa


 

Un comentario sobre “La lectura como acción política

  1. Agus, gracias por estas entradas tan concienzudas, sería interesante que más gente corra el velo de la «ingenuidad» y que pueda ver más allá del producto libro y la pose de IG, aprender a observar la realidad e incidir sobre ella de forma creativa y significativa es el mejor camino que podría seguir un ciudadano para vivir mejor.
    Estoy considerando la posibilidad de ponerme un poco más agresiva con estos temas, puede ser que así resulte incómodo y mueva, por lo menos, a la discusión.
    Abrazo.

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