Michael Connelly – El último coyote

No es mi primero rodeo con Michael Connelly y definitivamente no es el último, porque se ha convertido en uno de mis autores policiales preferidos y, en realidad, es la saga policial que más tengo leída hasta la fecha y aunque aproximadamente augura unos quince libros por delante, lo cierto es que los quiero leer todos porque disfruto su narración y sus historias.

El último coyote es el cuarto libro de la saga protagonizada por el Detective de Homicidios de la Policía de Los Ángeles Harry Bosch. Si quieren saber de qué van los libros anteriores pueden leer El eco negro, Hielo negro y La rubia de hormigón. Una de las cosas que más me gustan de este autor y que me permiten avanzar encantada con su lectura es su evolución. Cada libro es mejor por la historia que ofrece y por cómo la cuenta. ¿Qué decirles? Soy fan.

Con una habilidad particular para meterse en problemas, el libro empieza con Bosch suspendido de sus funciones por golpear al capitán Pounds, su superior directo, pero teniendo en cuenta que es un detective excelente y que tiene conocidos en la dirección del Departamento, le dieron una baja voluntaria y lo mandaron al psicólogo. Sin poder trabajar, Harry pasa sus días fumando, tomando alcohol y arreglando su casa que, tras el terremoto de Los Ángeles de 1994, fue considerada inhabitable y pronta para demoler, pero por supuesto eso a él no lo amedrenta en lo más mínimo y sigue intentando reparar una casa que parece no tener los cimientos firmes. La casa es una alegoría magnífica de la propia vida de Bosch y no creo que sea inocente ese paralelismo.

Es precisamente en las sesiones con la psicóloga Carmen Hinojos, en donde él no es demasiado abierto al diálogo y a la introspección, que decide volcar su tiempo libre en la resolución de un caso antiguo que lo involucra directamente. Desde el primer libro nos mencionan que su madre era una prostituta y que fue asesinada mientras trabajaba y es en este libro que Michael Connelly nos regala esa historia, gracias a la investigación que emprende el propio hijo de la víctima.

Una de las cosas que me gustan de este autor es que en libros anteriores deja caer información aquí y allá, como quien no quiere la cosa, soltando datos que luego, un par de libros después, toman forma suficiente como para convertirse en una historia por sí sola. Me parece inteligente de su parte, bien logrado y francamente atrapante, porque si bien los casos son apartados entre sí y cada libro se puede leer de forma individual, uno puede establecer relaciones entre ellos a partir de lo que vive el protagonista y eso le da cierta unidad a la saga que me parece muy rescatable.

Este libro es tremendamente personal por obvias razones. El caso le permite a Harry Bosch y, por tanto, al narrador, volcarse de lleno en su infancia, los recuerdos que tiene de su madre, el dolor de su abandono y cómo fue su vida sin ella. Si quieren, es un libro más íntimo por el cariz que tiene la investigación, pero no por eso es un libro aburrido ni mucho menos. De hecho, si me apuran, diría que precisamente por el tinte personal que tiene lo hace todo más arrojado, directo y mejor. El interés que Harry tiene en el caso lo lleva a cometer abuso de los recursos policiales, a los que no debería tener acceso por la suspensión que pesa sobre él, pero que los utiliza sin miramientos porque es un hombre al que no le van las reglas.

Esa malquerencia hacia la autoridad y su forma de proceder, que suele ser un rasgo muy común en los detectives de este tipo de novelas, hacen de Harry Bosch un personaje algo típico, es verdad, pero Connelly se las arregla para hacer de él algo particular. Creo que lo que distingue a Bosch del resto de los detectives es su persistencia, la forma de analizar las situaciones, el modo en que los detalles quedan rumiando en sus cerebro. Me parece que no es fácil lograr que el detective se despegue de los otros miles de detectives de las novelas negras, pero el autor lo logra y muy bien. De hecho, lo hace tan bien que es difícil no generar interés por la vida sin rumbo de Bosch, es difícil no tomarle cariño y querer que encuentre la felicidad. En ese sentido, en lo que tiene que ver con el desarrollo del personaje, me saco el sombrero con Connelly.

Como entenderán, no puedo contarles demasiado, pero sí debo reconocer que este libro me sorprendió porque ni bien supe que iba de prostituta asesinada, de inmediato pensé que el autor se iba a volcar de lleno hacia el proxeneta, criticando el sistema de explotación sexual y aunque lo hace, no profundiza demasiado en ello, porque su objetivo es otro y allí está la sorpresa. Connelly se las arregla para que a partir del asesinato de una prostituta, la trama devenga en un lío político brutal, que tiene que ver con corrupción gubernamental, campañas políticas, manipulación y matones dispuestos a todo por dinero y una historia de amor que ciertamente no vi venir.

Sin embargo, aunque no profundiza demasiado en la explotación sexual como sistema sí es verdad que tiene reflexiones muy interesantes respecto a la prostitución y la poca visibilidad e importancia que tienen esas mujeres en la sociedad. Así como me pasó a mi, que de inmediato atribuí el crimen al proxeneta o a algún cliente violento, lo mismo sucedió con los policías que lo investigaron y se quedaron con esa versión sin comprobarla demasiado. Bosch juega mucha con la idea de la poca importancia que el caso de su madre tuvo para la policía solo porque era una prostituta, porque no importaba, porque era un eslabón débil de la cadena y porque nadie iba a extrañar una prostituta.  La forma en la que aborda esa temática social de barrer bajo la alfombra, apartar del campo de visión algunas vidas porque no cumplen con cierta norma fue realmente muy interesante y me gustó mucho. Como digo, Connelly no ataca de lleno en la crítica, sus libros no te golpean pero ciertamente invitan a la reflexión.

A partir de ese descubrimiento de Bosch y esa indignación que tiene por el modo que la policía trató el caso de su madre, también descubre que él siente mucha culpa porque, y esto le dolió mucho admitirlo, también él dejó el caso apartado demasiados años. Como les digo, es un libro muy personal y por lejos fue el que más me gustó probablemente por eso, porque me permitió conocer más y mejor a un detective que me compró desde el primer libro y al que le fui tomando cariño conforme pasaban las páginas.

Más allá de la trama que, como les digo, no tiene desperdicio me gustó muchísimo cómo la narra, no solo por el modo que Bosch va buscando las pistas, armando el puzzle, involucrándose cada vez más e incluso embarrándose con Asuntos Internos, sino porque Connelly tiene una habilidad descomunal para pintar paisajes, situaciones e incluso olores. En mi opinión es un autor profundamente cinematográfico que logra captar desde la primera página y que tiene la suficiente pericia como para mantener la intriga hasta el final, lo que no me parece menor.

Es también un libro de bares cochambrosos, lo cual me hizo acordar a Francisco Perrone para qué mentirles, de decadencia, de soledad, de copas y copas de alcohol y de jazz. Bosch gusta mucho de ir a escuchar jazz mientras bebe una copa de loquesea y me parece una particularidad muy curiosa del personaje, que no solo le da carácter y lo desprende del resto de los miles de detectives de este tipo de novelas sino que también lo suaviza porque la relación que tiene con la música es tan genuina, única e intensa que lima esos bordes ásperos de su personalidad más recalcitrante.

Para mi, el mejor libro hasta ahora. Disfruté cada página, no solo por la trama y la crítica social que lo envuelve, sino también por la forma particular de contarla. Cinco estrellas de cinco para mi.

 

 

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