Les propongo un ejercicio de imaginación, ¿me siguen un segundo? Piensen en una lectora promedio. Ahora piensen en una protagonista lectora. ¿Me cuentan en quiénes pensaron?
Piensen en un lector promedio. Ahora piensen en un protagonista lector. ¿Me cuentan en quiénes pensaron?
Hace poco una cuenta de Instagram compartió varias fotos de personajes lectores ¿y adivinen qué? La mayoría eran mujeres y aunque al principio no me pareció algo curioso, lo cierto es que Ernesto me hizo notar, precisamente, que eran todas mujeres y que, además, todas tenían un perfil muy particular. Bella de La Bella y la bestia, Hermione Granger de Harry Potter, Elizabeth Bennet de Orgullo y prejuicio, Jo March de Mujercitas y lo podemos hacer extensivo a la televisión también: Lisa Simpson, Rory Gilmore o Matilda. No solo son mujeres sino que caen dentro de un estereotipo muy claro.
Ahora bien, y a riesgo de sonar tonta, ¿qué es un estereotipo? Son categorías de atributos
específicos que se caracterizan por su rigidez y que por lo regular describen un grupo social. Para su construcción se precisa una imagen, la apreciación positiva o negativa de ella y, si quieren, la interacción entre el grupo representado y quien la sostiene. Lo curioso de los estereotipos es que permanecen, son estructuras de larga duración de las que es difícil desembarazarse.
Bajo esta lógica aparece el estereotipo lector, pero lo interesante aquí es que está atravesado por los roles de género. Hay claramente un estereotipo de lector y un estereotipo de lectora y sus características son bien diferentes y están estrechamente vinculadas con el género que portan. Todos los ejemplos que les mencioné antes cumplen con ciertas características, pero antes de meternos en eso me gustaría hacer un recorrido histórico por la lectura.
La lectura siempre fue cosa de unos pocos hombres. Desde Egipto para acá la lectura y, por tanto, el acceso al conocimiento era una realidad de hombres, pero tal vez podríamos decir que a partir la Edad Media la mujer privilegiada, es decir la de sectores acomodados, comienza a interesarse por la lectura como un medio de ocio apto para su género. A partir de entonces hay una separación bien clara entre las lecturas femeninas y masculinas.
Como «sinónimo de la civilización» el hombre leía, guiado por la razón, para comprender el mundo que lo rodeaba. Lectura e intelectualidad están vinculadas cuando hablamos de los varones, por este motivo suelen leer el diario o literatura no ficcional y, por lo general, se los representados en un ambiente sobrio, ordenado y con luces cálidas. Pero además, si pensamos en las representaciones artísticas de los hombres leyendo, sin importar si leen un diario, un libro o una carta sus expresiones siempre sugieren que está leyendo algo serio que requiere su cuidada atención.
La mujer, por otro lado, son consideradas ávidas lectoras de novelas que, por lo general, suelen ser románticas y ligeras. Se trata de lecturas ociosas dentro de un ocio permitido y burgués, que circunscriben a la mujer en un espacio doméstico y controlado. Si hablamos de las representaciones, suelen ser representadas en ambientes relajados e íntimos, femeninos, en donde se nota cierto desorden alrededor, como los libros esparcidos alrededor sin mucho cuidado.
Sin embargo, la escritura seguía siendo un ambiente masculino, las mujeres no escribían, no podían pero en la esfera privada y de forma personal y a veces oral comienzan a escribir tímidamente. Con la democratización de los libros en el siglo XVIII la mujer hace el salto de la lectura a la escritura, reafirmando su derecho a expresarse, a ser parte de los círculos intelectuales y a desvincularse de ese lugar de mujer ama de casa. Aparecen mujeres que marcaron la historia de la literatura universal como símbolo de emancipación y que, fundamentamente, llevaron a la mujer de la esfera privada del hogar a la pública: estoy hablando de Mary Wollstonecraft, Jane Austen y Mary Shelley.
Para el siglo XIX la mujer participaba no solo de círculos literarios, sino que ya tenía contacto con intelectuales y grandes pensadores de la época. Ya no solo leía novelas rosas, ahora pensaba más allá del amor, ya no buscaba soñar con una novela sino escribirla. En el siglo XX se comienza a leer de forma vertiginosa y si bien para la mujer promedio la Biblia es su primer lectura, conforme avanza el tiempo empieza a leer otras cosas y es en la relación existente entre ella y el libro que encuentra la noción de libertad. La novela de amor fundó un deseo por rebelarse y la mujer, sin darse cuenta comenzó a filosofar, buscando recrear el mundo que los libros le ofrecían para que no quedaran guardados en un estante sino que le permitieran volverse realidad.
Ahora bien, una vez que se da ese salto empieza a aparecer una arista del estereotipo de la mujer lectora. Conforme la mujer se comienza a inmiscuir en lo intelectual, ganándole terreno a los varones, empieza a nacer la idea que las mujeres que leen ensayos son peligrosas. La lectura y también la escritura comienzan a ser medios para aprender, para entender mundo y, de ese modo, rebelarse, perder la sumisión y allí entra su peligrosidad. La mujer que lee, entiende y critica se les va de las manos a los varones y se convierte en una mujer libre.
De este modo, además de tener las atribuciones de soñadora, ligera y romántica, la mujer lectora agrega ciertos adjetivos que son considerados como negativos: ahora también es aburrida y solterona porque por supuesto nadie quiere casarse con una mujer que piensa por sí sola. Esa es la extraña mezcla que llega a nuestros días. Si pensamos en las mujeres que mencioné antes, muchas de ellas tienen esas características del estereotipo, muchas son bichos raros de biblioteca, incomprendidas, rebeldes.
No sé cuál es su apreciación, pero en lo personal creo que sigue impregnando la idea que la lectura es una cualidad exclusiva de las mujeres, que es cosa sensible, que el macho pecho peludo no lee más que el destino del bondi y el manual de la play. Creo que ese estereotipo tan atravesado por los roles de género vive y lucha. Es muy común que a los varones que les gusta leer se los haya tachado de sensibles o putos directamente durante su niñez o adolescencia porque para el varón es impensable la lectura porque la entiende como exclusiva de las mujeres.
¿Por qué queremos que el género y sus roles sesguen una actividad tan placentera como la lectura? ¿Por qué tenemos la tendencia a encasillar? ¿Por qué no nos deshacemos de los estereotipos? ¿Por qué no escribimos realidad? ¿Por qué no dejamos que la lectura sea libre y desinteresada?
Me gustó el post y me gustó la conclusión. Es algo que siempre me llamo la atención y creo que se ve bastante en la comunidad de lectores. Agarras cualquier comunidad de BBBs y el porcentaje es mucho mayor entre las personas de género femenino que de las personas de género masculino.
Es irónico que se le de ese aire de macho alfa al escritor intelectual pero a la misma vez se tache a la lectura como «una actividad femenina».
Me gustaMe gusta